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Wednesday, April 17, 2024

"Loyka Froyka": Emilia Bernal rememora sus primeros años en Puerto Príncipe. (por Carlos A. Peón-Casas)


Una interesante rememoración biográfica y anecdótica de la conocida poetisa camagüeyana, lo constituye está bien condimentada crónica.

Más que nada la recorren los matices más singulares de sus experiencias de primera niñez y temprana juventud en la ciudad de entre ríos que habitó junto a su familia.

Desde su memoria se nos presentan los paisajes de aquel Camagüey de entreguerras, y el de los minutos aciagos de la contienda del 95, incluyendo el azaroso exilio de su familia en tierras dominicanas, y la vuelta a la patria para ver el final de la contienda bélica y la consiguiente ocupación norteamericana en la ciudad agramontina.

La historia familiar de la familia de los Bernal y los Agüero de donde provenían los ancestros de la que fuera conocida poetisa, se nos presentan desde la mención de sus padres: un reconocido periodista y una poetisa y maestra.

Por el lado de su padre la progenie alcanzaba al primer Bernal que procedente de La Española había venido a instalarse en la ciudad como Oidor de la Audiencia establecida en la ciudad a principios del XIX. Por el de su madre, al conocido poeta que todos conocían con el seudónimo de El Solitario.

Emilia había nacido en Nuevitas pero habitó la ciudad desde los pocos meses de nacida cuando la familia retornó a la ciudad y fue bautizada en la Parroquial Mayor.

La infancia más o menos feliz discurrió por períodos más o menos dilatados entre la casona familiar del callejón de Tío Perico, y alguna que otra incursión por los poblados de Las Minas y Altagracia.

La sordera de su padre quien además del oficio literario había sido entrenado en los secretos del mundo pictórico en la Academia de San Fernando en Madrid, los mantenía en lugar de “extramuros” y al hogar solo concurrían esporádicos y muy selectos visitantes

Hay descripciones muy felices de aquel entorno del Príncipe secular que el lector agradece por los pormenores que se nos regalan:
Diez y ocho leguas por el Norte, y otras tantas por el Sur, está el Camagüey lejos del mar, y ese pueblo metido en el corazón de la tierra, un solo corazón tenía. Sus latidos, recios, serenos, no se daban mas que para la grandeza y el honor.  
La patria fué su más puro y ferviente ideal, y de allí son los primeros mártires que le ofrecieron sus vidas.
La muy niña Emilia vivió junto a su progenitora experiencias exultantes en sus labores de maestra itinerante por los paisajes campestres del otrora Camagüey una vez en el entonces próspero poblado de Las Minas o en el de Altagracia ya citados, donde fueran necesarios sus concursos de maestra.
Habiendo escuela en mi casa, jamás concurrí a ella con obligación, sino cuando quería. Al albor, con las calles llenas de neblina, por aquel camino que iba a la casa, veía yo allegarse las niñas del pueblo a ella. Entonces yo iniciaba mi desfile... Cogía un cesto de guano desflecado, un sombrero viejo, una lata herrumbrosa, cualquier vasija que hallara al paso, un largo hilo con un alfiler amarrado a la punta y migajas de pan de mi desayuno, y me iba a mi oficio
...

El mediodía durante el cual era más fácil retenerme en la casa, lo pasaba haciendo bellaquerías a las alumnas del colegio. 
...

Mi madre, a veces, no podía evitarlo, y también se reía, otras me regañaba incomodada, otras me ponía en penitencia; pero en seguida una niña mayor o un grupo de alumnas venían a servirme de madrinas y se acababa el castigo.
En este último poblado una casi adolescente Emilia sufrió los avatares inenarrables de la guerra cuando el susodicho poblado fuera tomado por las fuerzas del General Gómez y luego reducido a cenizas. Sus descripciones sobre el suceso son harto elocuentes:
La invasión de una chillería estruendosa y polifónica que lo llenaba todo, como antes lo llenó el estampido de los fusiles, y entre ella algún claro, estentóreo grito, ardiente y loco, de "¡Viva Cuba libre!" 

Más confiados a ésto, y por los repetidos toques y llamadas que se hacían a la puerta de nuestro bohío, lo abrimos, todavía descalzos y mal vestidos, tal como nos habíamos lanzado de la cama al suelo cuando empezó el combate. 

¿Para qué nos llamaban...? Pidieron que saliésemos de nuestra casa enseguida para incendiarla... Salimos, pues, como estábamos, porque nos apremiaban para que la abandonásemos. 

¡Aspecto inolvidable el de Altagracia! Encendida toda, ella iluminaba el cielo hasta el mismo cenit azul, con su luz roja y magnífica. Tal como el hombre atormentado por el dolor eleva la llama purísima de su alma al infinito, con anhelo de altura y de comprensión, así Altagracia, después de la tragedia de sangre llameaba como lámpara espiritual, ambiciosa de la consagración épica. 

Salimos así, con los pies descalzos y el cuerpo mal cubierto. Vimos la luz de nuestra casa que ya ardía. En la llanura vecina nos detuvimos para darle los últimos adioses entre lágrimas y turbación y emprendimos el camino en ringlera errante, cabizbajos y tristes, a ocultarnos dentro del bosque espeso, todos los que entonces éramos, todos los que ya se han ido: padre, madre, hermanos... y anduvimos... anduvimos...
De allí por la vía de Nuevitas vinieron los días aciagos del exilio en tierras de Republica Dominicana, de donde era oriunda la familia de su padre, y donde el relato de la aún adolescente se llena de casi inebarrables resonancias. Las inevitables estrecheces económicas que fueron su pan de cada día, se nos matizan con suficiente crudeza en el bien contado relato de la entonces adolescente.
Llegamos. Casi todos los compañeros de viaje, ricos, o bastante bien acomodados de fortuna, se fueron a los hoteles de la hospitalaria capital dominicana. Nosotros, pobres, nos fuimos a vivir a una casita vieja, toda rota, que acababan de dejar unos emigrados cubanos para trasladarse a otra en mejores condiciones. 

Esta casita, a pesar de pobre y destartalada, era un hallazgo. Fué una suerte conseguirla. Nos la ofrecieron, en el mismo muelle, al desembarcar, y allá fuimos, después de haber tomado un frugal almuerzo en un restaurante de mala facha. 

Ya en el albergue, al observar los buenos vecinos que se demoraba el equipaje, nos enviaron algunas cosas indispensables: una silla, un balance, un jarro con agua, algún vaso para beber... 

Por fin, muy tarde, apareció el carro de equipajes, que nos traía solamente dos baúles, ofreciendo el carrero que a la mañana siguiente serían traídos los demás. 

Hay muchas noches en mi vida que llevo clavadas como puñales en el corazón; noches cuyo sólo recuerdo me trastorna y convierte mi cerebro en un haz de llamas... Esta primer noche que dormimos en Santo Domingo es una de ellas... 
La vuelta a la tierra prócer un poco antes del fin de las hostilidades, para sufrir entonces el flagelo de la temible reconcentración de Weyler, y de la conocida intervención de las tropas norteamericanas en el conflicto cubano español, se nos narran con particulares matices que dotan a este relato de una singularidad y detalles de los que pocas veces logramos tener otras referencias con tanto nivel historiográfico y vivencial.
El período más desgarrador de la miseria cubana había llegado con la reconcentración de los campesinos instituída por el capitán general Valeriano Weyler. El Weyler famoso, que tuvo la descomunal manera de mostrar su patriotismo asumiendo la responsabilidad del fracaso español. Sí, porque no solamente se es patriota dando gloria a la patria en los días floridos, sino también en los momentos críticos de ella haciéndose responsable ante la historia de fracasos con cuya culpa nadie quiere cargar. 

En los centros de población se hacinaban los desgraciados que los ejércitos traían prisione-ros del campo, y allí, en calles y plazas, agrupados, sin techo y sin pan, se consumían de hambre y de enfermedad. 
El cierre del libro coincide con el deceso de su madre en tierras nueviteras donde en pleno período de ocupación norteamericana había querido asumir su oficio de maestra a pesar de la temible enfermedad, la tuberculosis, que la aquejó desde muy joven y fue un constante sufrimiento para la narradora.

El libro aunque editado en España fue obra íntegramente escrita en Nueva York por Emilia Bernal en el año 1919.

A no dudarse es una obra narrativa de altos quilates y mejor factura, para nada menor entre su su conocida y mejor valorada impronta poética, a la que dedicó primordialmente, sus cuidados, y por la que mejor la conocemos. Sirva este mínimo acercamiento como merecido y oportuno destaque.

En Miami, Abril 12, 2024.


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Ver en el blog:

Wednesday, April 10, 2024

Hombre que mira con pasión desbordada al Sudeste… (por Carlos A. Peón-Casas)


Me acuerdo ahora, en el aquí de esta coordenada del southwest miamense del filme Un hombre mirando al sudeste, de Eliseo Subiela.         

Lo vi con pasión también desbordada en su minuto en aquella sala oscura del Casablanca de la ciudad de antaño, que dicho y sea de paso ya no existe con la magia que tuvo y pudo mantener acaso para que nuestros hijos pudieran acabar disfrutándola alguna vez… como tampoco existe en triste e inexorable circunstancia, aquella ciudad que habitamos alguna vez: príncipeña y principesca, dejada atrás por décadas innominadas, con lágrimas y suspiros….

Aquel filme hoy me recorre la piel mientras desde mi humilde espacio miamense, oteo con ganas infinitas hacia el espacio geográfico de mi ciudad y mi gente… de allá espero en salvífica andanada a los que amo y añoro a mi lado.

Un año y un día después de mi llegada a estas playas esta rememoración se me hace imprescindible.

Lleva el latido insomne de mis primeras 366 jornadas, el ya tan clásico año y un día… el mismo que ha sido vivencia para los cubanos que ya por casi seis décadas, tienen en privilegiada condición, y como meta primaria en esta tierra no tan lejana en su carácter geográfico, pero inexorablemente no nuestra, aunque sea salvadora e indefectiblemente, de promisión y esperanzas.

Mirar hoy al sudeste me reconforta y me devuelve a la conexión imprescindible con aquel cordón de umbilical de salvífica prestancia.

La fe que profeso en un Dios providente en el que me enseñó a creer mi abuela Emilia, me acompaña y me conforta.

Desde esta orilla y en este minuto en que doy gracias y me lleno de nuevas esperanzas, pido a Dios, con humilde y benevolente afán, que salve a Cuba, con los bellos e inspirados versos de aquel bellísimo himno, que musicalizó Félix Rafols, vecino del Camagüey ancestral, quien le dio realce con su música y su vida, y clamó a la Madre del Cielo, a nuestra Cachita con ardoroso afán:
No abandones ¡oh! Madre, a tus hijos,
salva a Cuba de llantos y afán,
y tu nombre será nuestro escudo,
nuestro amparo, tus gracias serán.(1)



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1. Fragmento del Himno a la Virgen de la Caridad del Cobre. Texto P. Juan José Roberes. Música  Félix Rafols. Ver Himno a la Virgen de la Caridad del Cobre (autor P. Juan José Roberes. Año 1912)


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Fragmento de Un hombre mirando al Sudeste.
Dir. Eliseo Subiela. Argentina 1986

Wednesday, April 3, 2024

Recetas ancestrales de la ciudad Puerto principeña. (por Carlos A. Peón-Casas)


Ya resultan proverbiales en el tiempo y en la exultante memoria de la otrora villa y ciudad del Príncipe, los platos de mayor prosapia que adornaban las mesas de pudientes y no.

El ajiaco según la receta de Puerto Príncipe es el súmmum de la lista, junto a otras delicatesen, de las que hoy compartimos sus intríngulis más o menos revelados desde la memoria de sus primarios cultores.

Los detalles sobre su elaboración nos llegan hoy desde la revelación de un libro o prontuario culinario: ¿Gusta Ud.?(1) a cargo de varios autores, y donde varios camagüeyanos revelan sus especiales recetas.

La Naranja cubierta es uno de aquellos postres con una sabor y un saber hacer muy particular en la otrora comarca.

Su elaborada receta nos llega desde el testimonio de Aurelio Boza Masvidal, de familia principalísima, según la que conoció de una dama distinguida Doña Concha Marín y Loynaz, vecina suya en la antigua calle de San Juan o las Carreras.
En Camagüey le llaman naranja cubierta a un dulce hecho de esas grandes naranjas que acá llaman cidras, a las que una vez peladas le quitan sus semillas y su centro, las cortan en tajadas, por decantación le quitan su amargor, las cuecen, y luego las recubren de espeso almíbar que se cuaja y quedan cubiertas de azúcar, algo así por el estilo a lo que llaman en Italia frutas cristalizadas o abrillantadas.(2)
Le sigue en nuestra relación la Empanadilla Camagüeyana según nos la revela en el ya citado prontuario José S. Lastra.

Los ingredientes sugeridos incluyen, además de la infaltable harina de trigo la mantequilla a la par que la manteca de cerdo, junto a los huevos, la sal y el azúcar.

Para el relleno de las siempre apetitosas empanadillas fritas se sugieren dos variedades: una salada con “picadillo fino de pollo, con pasas, aceitunas y un vasito de vino”; y en la versión dulce, la infaltable conserva de guayaba.

En continuidad de estos sugerentes postres descubrimos uno con gran prosapia y singular memoria degustativa: el Bizcochuelo Camagüeyano.

Seguimos al pie de la letra las rememoraciones que le evocaban a Guillermina Domínguez Roldán de Boza Masvidal:
Entre las creaciones más ricas y estimadas de la repostería camagüeyana, se destaca el bizcochuelo…Es una especie de panetela o bizcocho que al sacarse del horno tiene un color tostado, un aspecto esponjoso, un olor estimulante, un sabor amelcochado.

(…) en las meriendas de las tardes carnavalescas de “el San Juan”, o en el obligado obsequio que los dueños de la casa ofrecían a los visitantes que allí acudían para ver pasar la procesión, nunca faltaba el bizcochuelo como algo típico y obligado.

(…) En la mesa del gran comedor, con blanquísimo mantel de alemanisco, con iniciales bordadas, con encajes o festones tejidos, con el centro de cristal lleno de flores y frutas, y las bandejas de plata con mil golosinas y confituras, la preciosa vajilla de fina porcelana de la abuela, con orla verde y oro y la afiligranada caligrafía de sus iniciales, se servían las grandes tazas del sabroso y oloroso chocolate pilado a mano, que siempre era acompañado con el delicioso bizcochuelo.(3)
La receta en toda su magnitud precisaba como ingredientes veinte huevos frescos, y además de la harina de Castilla, y del azúcar más fina posible, el añadido de media libra de almendras peladas y tostadas.

Estaba pensada para 24 porciones. Y una especial indicación advertía que el delicioso postre no podría ser extraído del horno hasta que aquel estuviera frio. El adorno final se lograba con las almendras peladas y tostadas, enterradas hasta la mitad en el bizcochuelo.





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  1. ¿Gusta Ud.? Prontuario Culinario, Varios Autores. Ucar y García S.A. La Habana, 1956.
  2. Ibíd. p. 618
  3. Ibíd. pp. 393-394

Wednesday, March 27, 2024

La calle del Padre Pepito en Kendall. Un recuerdo singular. (por Carlos A. Peón Casas)


La memoria afectiva me ha sorprendido con un bonito recuerdo de mi infancia camagüeyana a la altura de la calle Bird Road y la avenida 117, en un tramo de ca que va hasta la avenida 127, en el South West miamense, lleva el nombre del Padre José García, y que justo para el minuto de su retiro como ejemplar sacerdote, lo recuerda, por sus no pocos méritos a perpetuidad.


El Padre José García, Pepito, para los católicos camagüeyanos de una y otra orilla, estuvo destacado por largos años en Miami, precisamente en la parroquia de San Kevin, ubicada en la misma calle de marras que para esa altura se vuelve la 42 con la 127 avenida. Su labor paciente y entregada a una grey donde muchísimos agramontinos concurrían, era igualmente el imán natural para cualquiera fuera el sacerdote que desde la tierra de los tinajones, pasara por esta urbe miamense, donde el acogedor Pepito les abría su casa y su corazón.

Foto de su Primera Misa. 
Tomada de La Voz Católica.
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Holguinero de nacimiento, pero camagüeyano por adopción, Pepito fue ordenado sacerdote en el año 1952. Antes de Camaguey, vivió su ministerio sacerdotal en Puerto Padre       y finalmente lo conocimos ya destacado en la parroquia de la Caridad camagüeyana, donde entroncó mi recuerdo no mas enrumbar su calle miamense.

Desgrano para el lector esta anécdota que me retrotrajo de inmedito a los años de mi primera infancia camagüeyana.

La Caridad. Camagüey
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En aquel tiempo era su costumbre montar en su carro, un mínimo “WW”, lease un “wolfwagen” de los que conocíamos entonces como “cucarachitas”, a cuanto muchacho concurría a su parroquia, y se aparecía con ellos en cualquiera fuera la coordenada de la ciudad de los años finales de la década del 70.

San José. Camagüey
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Aquellas notorias excursiones eran igualmente imitadas por otro celebrado sacerdote de la ciudad, el padre Donato Cavero, jesuita destacado en nuestra parroquia de San José de la Vigía.

Como Pepito el padre Cavero, muy recordado por todos por haber fundado y dirigido por muchos años la tradicional hojita dominical Vida Cristiana, también disponía de un vehículo similar, el ya mentado escarabajo alemán, donde subíamos tantos muchachos al unísono que era impensabe después barruntar como cabíamos tantos en aquel pequeño espacio.

Igualmente el padre nos conducía a paseos animados a alguna casa quinta del entorno del conocido barrio de Garrido, posiblemente propiedad de algun conocido suyo, y donde hacíamos las delicias entre árboles frutales en temporada de mangos o guayabas.

También era usual concurrir a algunos sitios de popular arraigo en la geografía citadina, como el muy recordado Arroyón, en la carretera a Nuevitas, o cualquier otro punto del Camagüey de mi infancia.

Alguna que otra vez coincidíamos con la tropa menuda de Pepito, que como nosotros, nos apretujábamos como podíamos en aquel mítico autito que más que un humilde transportation tan al uso acá, parecía una super guagua en toda regla... que felices compartiamos

Eran los tiempos en que aquellos grupos de muchachos católicos no pasabamos de la docena en cada comunidad, en los inolvidables tiempos difíciles que vivió la Iglesia local, y en todas partes de nuestra realidad cubensis, y que Moseñor Adolfo acostumbraba a nombrar como “de la resistencia” o "los del silencio”; una época empero que marcó los mejores sentimientos de arraigo a la vida de fe de tantos de mis amigos de entonces, hoy desperdigados por tantos sitios, especialmente en este territorio floridano que también ahora habito.

Junio 25, 2010
Foto/Blanca Morales.FC.
Website de la Arquidiócesis de Miami
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Recorrer hoy la calle que lleva el nombre del popular sacerdote camagüeyano, que es mi camino diario en esta ciudad de acogida, dedicada por tanto mérito propio al bien recordado Padre Pepito, el de aquí o de allá; me ha hecho participar de ese recuerdo tan venturoso que tanto bien me hace rememorar hoy, mientras desgrano esta página emotiva que les comparto en esta entrega de los miércoles, y donde la ciudad que nos aupó, se me hace hic et nunc, parte indeleble de tanta bienhechora memoria.

Wednesday, March 20, 2024

Un "Compendio de la Historia de la Literatura Inglesa" según J. J. Russerand, traducida del francés al castellano por un camagüeyano. (reseña por Carlos A. Peón-Casas)


Confieso mi asombro ante la novedad de esta traducción publicada en la primera mitad del siglo XX, obra de un reconocido coterráneo, políglota y filólogo: Aurelio Boza Masvidal. Proveniente de una familia de principal estirpe puerto príncipense, hermano mayor del reconocido obispo Mons.  Eduardo Boza Masvidal (1915-2003).

Aurelio era por entonces catedrático de la Universidad habanera donde se había recibido años atrás como Doctor en Filosofía y Letras. La traducción del referido libro del conocido autor francés, la había acometido en sus años de estudiante, como un atinado ejercicio práctico de la hermosa lengua francesa, y de paso para la mejor comprensión de la materia en cuestión que cursaba por entonces.


La novedad de tal trabajo le mereció incluso el elogio del propio autor a quien el traductor había contactado previamente con el ánimo de buscar su aprobación para tal empeño.

Fue finalmente publicada en La Habana a mediados del siglo XX, por la editorial La Propagandista.


El ejemplar que tenemos a la vista está dedicado por el propio traductor a sus amigos Yolanda Lleonart y Andrés de Piedra Bueno, y es parte del fondo bibliográfico de la biblioteca de la Kent State University.

La obra traducida está igualmente acompañada por la carta del autor agradeciendo el gesto del traductor cubano y autorizando con gusto la susodicha versión.

De ella dejamos de cierre al lector cumplida referencia:
Señor,

Me conmovieron mucho los sentimientos en su interesante carta…

Sólo puedo sentirme halagado… Una petición similar también me la enviaron desde Cuba, hace tiempo pero el proyecto no tuvo seguimiento y obviamente fue abandonado.

Por tanto, me considero perfectamente libre de autorizarlo a traducir al español mi libro. Los notables escritos de su pluma que me ha comunicado son para mí la seguridad de que este trabajo estará bien hecho; mi estilo, como habrá notado, es muy simple y directo y seguro que se encargará de reproducirlo….

Si llegado el momento tuvieran la amabilidad de enviarme algunas pruebas se lo agradecería mucho. No sé si tiene la segunda edición de mi libro. Contiene algunas correcciones, pocas en número, pero que sería bueno tener en cuenta y quisiera enviar una copia.

Tenga mis mejores deseos para el éxito de una empresa en la que considero que estamos asociados; le pido que reciba, estimado señor, la expresión de mis más distinguidos sentimientos. (El autor agradece la amable colaboración del Sr. Lazlo Ivan Castro en la traducción desde el francés de esta misiva.)




 

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BOZA MASVIDAL, Aurelio (Camagüey, 28. 11.1900-La Habana, 28.6.1959). Se doctoró en Farmacia y en Filosofía y Letras en la Universidad de la Habana. Cursó estudios en la Reale Universita Italiana per Stranieri, de Perugia. Como miembro de la delegación de esa Universidad asistió al Congreso de Universidades. Trabajó como asistente de Fonética y más tarde como profesor de Literatura Italiana y de Teoría de la Literatura en la Escuela de Filosofía y Letras de la Universidad de la Habana. En 1926 fundó y dirigió el Seminario de Historia de la Literatura Italiana. Colaboró en la Revista de la Facultad de Letras y Ciencias, Revista Bimestre Cubana, Revista de Educación y Universidad de la Habana. Era socio de número de la Sociedad Económica de Amigos del País y miembro del Ateneo de La Habana. Presidió la Sociedad Italo-Cubana de Cultura. Fue socio de mérito de la Societá Internazionali dei Studi Francescana, socio perpetuo de la Sociedad Nazional «Dante Alighieri» y miembro de la Unión Intelectualle Franco Italienne a la Sorbonne. Además de su labor en la cátedra desarrolló gran actividad como conferenciante.  (Diccionario de la literatura cubana. Instituto de Literatura y Lingüística de la Academia de Ciencias de Cuba. Alicante: Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, 1999)


 

Wednesday, March 13, 2024

Por bares y cantinas en la ciudad principeña del ayer (Por Carlos A. Peón-Casas)


 Bar Hotel Plaza
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El pie forzado para esta crónica con rememoraciones y efluvios alcohólicos de la mejor graduación, dese ello por seguro, me lo ha puesto un buen amigo, de esos que cada mediodía calcinado se suman a una tertulias infinitas, pero de gratísimo sabor, en este sitio de libros y memorias, este espacio que, parafraseando a Papa Hemingway, es remedo de aquel paraíso de los madriles que el degustó: “A clean, and well lighted place”, y que yo remedo por aca, como “un lugar calmo y con aire acondicionado”, para mejor estar…

Se trata de una rememoración de mi amigo, teatrista y autor radial de altos quilates: Don Nikitín, para sus no pocos amigos y conocidos, José Rodríguez Lastre, para sus infinitas oyentes de las bien puestas novelas radiales con que gana el sustento. 

Niki, una de estas tardes encendidas de sol y aupadas con no muy reconfortantes presagios sobre inminentes precariedades, más de las mismas que ya eso es bastante, me ha llevado de la mano por los entresijos de aquella ciudad principeña de los 50’s, en un rememorativo periplo por bares de ocasión, que junto a sus tíos, aficionados inveterados al Bacardí Añejo, hubiera de cumplimentar más de una vez.

Su recorrido imaginario hoy, arrancaba cerca de su hogar, en la calle San Clemente, y después de las diez de aquellas mañanas de asueto, en un sitio, que como todos los que siguen en su gran mayoría ya no existen: La Segunda Mía, para degustar el primer shot, léase la famosa línea, del consabido Ron Añejo Bacardí, que se tomaba de pie, pero sin premura, paladeando la textura infinita de aquel elixir de los dioses báquicos, y que hoy con buena suerte, sólo es bebible en algún exquisito bar de cuentapropistas de último minuto, de muchas campanillas, y precios de cielo…

De aquella primera estación, seguían otras a lo largo de la ya citada San Clemente: la Bodega de Puso, en la esquina de Bembeta; le seguía El Bar de Raúl, en la de la calle Hospital con la ya citada, luego el Emma, a la altura de Santa Catalina, y pasando igualmente en ruta al Parque Agramonte, por la Casa Rovirosa y la de Viñas, con sus respectivos traganíqueles, donde la degustación podía enlongarse al ritmo de los bolerones de Panchito Risset o la Guillot. 

Ya a la altura del Parque Agramonte solían detenerse igualmente en el Bar homónimo, al lado de la Tienda de Eusebio Cal, o cruzar el diagonal hasta alcanzar el famoso Cambio Bar. 

Después, retomando Independencia, la próxima pausa sería en el Bar de Pepe, justo en la intersección con la calle del General Gómez, un bar que igualmente tuvo el apelativo un poco discordante y yo diría hasta irreverente, de nuestra Patrona: Virgen de la Caridad, que si no e vero e bien trovatto…. y que hoy en el imaginario citadino no deja de ser conocido por el muy sugerente de La Babita, cuando devino ya en otro minuto más cercano, un expendio de café aguado y otras hierbas, en tazas no muy pulcras.. 

Pasando entonces a la calle Maceo, el periplo continuaba por otros establecimientos como El Jerezano, a la altura de las conocidas Sombrillitas, de allí al Bar Dalmau, ya en la Plaza de la Soledad, y luego enrumbando por la calle República, en el regentado por los chinos frente al inexistente Cine Apolo. 

Para entonces, con un espíritu más bien alegre por los sucesivos cañángazos, se seguía hasta el muy famoso Baturro, en la esquina de San José, que hoy expende el ron más aguado que se pueda ud. imaginar, y del sólo le queda el nombre, pero que entonces era famoso por sus sándwiches y tragos.

Si a esa altura del “juego”, los tíos de Niki todavía soportaban algún bebedizo más, el periplo se extendía hasta el famoso Bar Plaza, ubicado en el hotel homónimo, el primero además en climatizarse en la ciudad. 

La vuelta, ya a la altura del mediodía, se verificaba por toda Avellaneda, para entroncarse con el callejón de Castellanos. En aquel pasadizo a la altura de República, se ubicaba el muy famoso bar La Cotorrita, donde nuestros ya inevitablemente achispados personajes, pero aún dueños de sí, gracias a la ingestión entre copa y copa de la infaltable tapa: el coctel de ostiones, camarones o langostas, las bien provistas lonjas de jamón, queso y aceitunas, y vaya ud. a saber que más….hacían su penúltima libación, el consabido trago “del estribo”.

Wednesday, March 6, 2024

“A mi amado... lechero”. Un poema satírico de la Cuba de 1899 (por Carlos A. Peón-Casas)


Quien lea este poemita, firmado bajo seudónimo por un airado cubano de aquella lejana fecha, que se hacía llamar Fray Tabarra, publicado en El Fígaro, diario habanero de mucha prestancia en aquel minuto, no dudaría de inmediato en hacer unas muy imprescindibles analogías con el mismo asunto en este hic et nunc cubensis, pues en cualquier tiempo y lugar se cuecen habas…

Lo que resulta del contenido de este jocoso comunicado en versos, es acaso la misma queja matutina, o muchas veces vespertina y hasta de muy altas horas de la noche, de los actuales consumidores del alimento que nos dan las vacas, cuando tienen finalmente la dicha de recibirla, o al menos como se debe entender en buen cubano: la leche pura, y no diluida procazmente, donde aplica aquello que dijera Chesterton, también con mucho humor inglés, del vino de su tiempo: “no me importa donde corra el gua, mientras no vaya a mi vino”.

Principia nuestro Fray Tabarra, presentando su condición de persona maltrecha por alguna afección, al lechero de marras, el de su época, que todavía hacía sus labores muy de madrugada y de puerta en puerta, y dice así al empezar sus versos:
Mi más amado señor
Y lechero distinguido:
Hágame usted el favor
De atenderme en lo que por
Diez mil veces le he pedido.
Se que es usted testarudo
Como todos los lecheros,
Pero a su piedad acudo,
Y, por esta vez, no dudo
Que entre los dos no haya peros.
Estoy enfermo y bien cabe
Que resulte el caso grave
Si no me ando con cuidado,
Y en cuestión tal, ya usted sabe
Lo que yo estaré empeñado
¿Morirme? No lo deseo
Vivir es lo que yo creo
Que hoy por hoy más necesito;
Pero a usted, por lo que veo,
Todo eso le importa un pito…
Después de esbozarle su situación, el jocoso poeta va al punto neurálgico de su queja: la calidad del nutritivo alimento, que tanto precisa:
Porque la leche que me despacha
Amigo no es leche pura, sino lechada:
Preparación que hace usted
De agua y leche almidonada…
La diatriba del molesto “marchante” continúa con otros muy objetivos argumentos:
Del pesa-leche respondo,
Que al meterlo, con presteza
Se va derecho hacia el fondo
Del vaso, y no vas mas hondo
Porque en el fondo tropieza
Si la trato por el yodo
Mi amado lechero, crea
Que de veras me incomodo,
Porque el líquido azulea,
Pero todo, todo, todo.
Si me quejo tan campante
Me da usted excusa formal,
Diciéndome en un instante,
Que no tiene usted un marchante
Que no se la tome igual.
Y se lo creo, vaya sí
Se lo creo; pero es que así
No convence usted jamás
¿Por qué? Porque a los demás
Los revienta como a mí.
La queja que es del anónimo poeta y sufrido consumidor de aquella mala “lechada”, es la misma de los demás, que no la ejercen, pero que sufren por igual la iniquidad de tan malévolo comerciante, a la hora de consumir tan necesario alimento que les expende lo suficientemente “bautizado”, como bien se dice y se sufría y se sufre, entre cubanos, cualquiera sea el producto que se expenda en la categoría de “a granel”, tan oportuna modalidad para tales menesteres.
¿Qué le vende usté al fiscal?
¿Qué le vende a un coronel?
¿Que le vende a Don Pascual?
¿Qué vende a Don Abel
Y a la corte celestial?
Su mirada sobre tan negativo e incluso insalubre proceder, revela las circunstancias de aquel minuto histórico, que sigue explicitando hasta el final de su airada diatriba contra aquel lechero de marras, en aquella Cuba, recién salida de los marasmos de la guerra final contra España, donde la anécdota que desgrana el poema, se vuelve oportuna crónica social.
Y eso es inmoral, malvado
Con arte tan mal pensado,
Pone la vida en un tris:
Lo que es en otro país
Ya estuviera usted colgado.
Porque abuso tal, yo entiendo
Que se castiga al segundo
De saberse, y no le arriendo
La ganancia a usted, vendiendo
Su leche en el otro mundo
¿Qué es lo que usted se figura?
¿Qué plan diabólico fragua
Usted con tanta frescura?
Su consejo final al lechero transgresor es oportuno y sapiente, ojalá y fuera igualmente escuchado por quienes todavía, en nuestra actualidad, hacen de tales prácticas, non sanctas, un medio de vida:
Póngale usted precio al agua,
Y venda la leche pura.
Desde hoy, ya sabe usté
De toda mezcla descarte
La leche y la tomaré:
Tráigame usted el agua aparte,
Que también la compraré.
Y como puesto en razón
La verdad no se me esconde,
Para mi satisfacción
Mándeme el real de almidón
Que también me corresponde.





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Texto aparecido en el El Fígaro. Periódico Literario y Artístico. Habana, 9 de Abril de 1899. Año XV. Núm. 14. p.97

Wednesday, February 28, 2024

Notas sobre Manuel Roblejo: El Poeta esclavo del Camagüey que con sus versos logró su libertad. (por Carlos A. Peón-Casas)


La cercanía a algunos poemas del poeta esclavo del Príncipe aparecidos en el diario El Fanal de Puerto Príncipe, nos conectan de inmediato con un suceso del que poco o nada se suele recordar.

El 1 de febrero de 1866 se reproduce en aquel diario su poema Resignación:
En este mísero mundo
Todo se cambia y se muda,
Solo mi ser y el destino
Están en constante lucha.

Cuando del sol la llegada
Les avecillas anuncian,
Naturaleza sonríe
Y de placeres se innunda.

Pero el destino implacable
Por combatirme se aduna
Al derecho de la fuerza
Que a sus esfuerzos coadyuva.

¡Dios Eterno! ¡Dios Eterno!
Que tu mandato se cumpla,
Que yo apuraré impasible
El cáliz de la amargura.
También en esa misma tirada del número se incluye otra inspiración suya : Romance que dedica a su buen amigo R.A (Arcano) y que comienza con unos versos de Espronceda que rezan así "Tú también, como yo, tienes/desgarrado el corazón “.

Antes ya el mismo diario había incluido otros poemas suyos. Con el título. ¿Quién soy yo?, El Fanal publicaba un texto laudatorio del poeta esclavo a su amigo principeño Francisco Argilagos. A pie de página se hacía constar que:
... publicamos una poesía del vate esclavo Manuel Roblejo, cuya manumisión se trata de llevar a cabo, no sólo por los libertos de su clase, sino por otras personas interesadas, de hacer esa obra de misericordia en favor de ese joven. La muestra que ofrecemos, si bien carece de reglas, hay estrofas dignas de recomendación, por la belleza de pensamiento y la sencillez y fluidez que descubren el sentimiento del poeta sin arte y sin estudio. Deseamos que el infortunado Robles adquiera su manumisión.
La prensa de aquel minuto se hacía eco de un caso de singular lucimiento en la persona de aquel esclavo que sin estudios conocidos de la gramática ni de la Preceptiva escribía versos de innegable factura.

Los que leyeron sus versos en aquel Puerto Príncipe en los albores de la Guerra de los Diez Años no quedaron indiferentes. El esclavo contó desde entonces con el apoyo y la suscripción popular para que sus versos fueran publicados de inmediato.

La publicación de su poemario Ecos del Alma en 1867, al parecer estuvo motivado por el ejemplo de un esclavo de apellido Echemendía (trinitario) que logró con un libro de poemas comprar su libertad. Otro dato se cita en el periódico norteamericano de Boston "The Commonmealth" correspondiente al sábado 2 de mayo de 1868 en él se dice:
Manuel Roblejo, un esclavo cubano, a quien los literatos blancos describen como un poeta sin pocas pretensiones, intenta comprar su libertad con la venta de su obra y anuncia que pide ayuda, de esta manera, para completar la suma necesaria.
Carlos Manuel Trelles, bibliógrafo cubano nos dice que Ecos del Alma tenía 135 páginas impresas en 4to en la Imprenta de R. García, todo esto en Puerto Príncipe, que su autor era esclavo y la obra se imprimió en octubre o noviembre de 1867. Advierte también que sus obras están en "prosa y verso". Las considera "incorrectas, pero inspiradas" y ofrece el dato de que "murió peleando en el campo insurrecto. Estos datos se recogen para beneficio del curioso lector, en su Bibliografía cubana página 306 tomo 4 (1856-1868)

Como colofón de tan interesante referente a la vida y obra de Manuel Roblejo dejo al lector esta perla tomada de otro autor norteamericano de la época: Walter Goodman quien en su libro Un artista en Cuba habla sobre Manuel Roblejo y dice:
Ese negro de cara inteligente que me pide una peseta para comprar un fajo de billetes para la rifa, es un mendigo muy conocido. Se llama Roblejo y debe su libertad a la publicación de un libro de poemas escrito por él mismo. Asistido por un literato benevolente. Roblejo pudo poner sus elucubraciones poéticas en forma legible, y la novedad atrajo la atención del público, se encontraron suficientes suscriptores para imprimir el libro y efectuar la emancipación del autor.


(Agradezco la fraterna colaboración del joven pero talentoso filólogo camagüeyano José Carlos Guevara Alayón por sus notas, comentarios y traducciones personales.)


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Wednesday, February 21, 2024

Notas para un café en La Carreta. (por Carlos A. Peón-Casas)


Se trata de esos sitios emblemáticos que el recién llegado empieza a apreciar. En Miami como antes del diluvio allá “en la islita”, la ocasión de tomar un “shot” del negro y aromático brebaje, se acompaña con el ritual siempre inacabado de la clásica “conversada”. El tema puede ser tan variopinto y tan a su aire que lo humano y lo divino se superan de un plumazo… Cualquiera sean los parroquianos, hijos desperdigados de aquella ínsula inolvidable por cubana y por nuestra, el minuto del café compartido es una secuencia inevitable de anécdotas sugeridoras, de encuentros y desencuentros, de amores y odios intensos; de sueños incumplidos o por cumplir, y de cuanto tenga cabida en ese imaginario que nos particulariza.

Confieso que la repetición de este consabido gesto ritualizado en una y otra vez repetida, crea una adicción feroz. Pero esa necesidad es ciertamente salvadora. Saludo pues este advenimiento para mi actual condición de parroquiano más o menos recurrente, y agradezco la sabia compañía de mi interlocutor en estas intensas libaciones y parrafadas consecuentes, mi amigo y editor de este celebrado blog: Joaquín Estrada Montalván. A el culpo en primera instancia de esta afición desmedida que iniciamos en octubre de 2017, durante una breve visita a esta ciudad de Miami, en otro emblemático sitio al uso de esta ciudad: la ventanita del restaurante Versailles de la que queda cumplida evidencia gráfica. El tiempo del cafecito en La Carreta de la calle 40 o de cualquier otro de sus enclaves en la “sawuesera” están más que justificados y justioreciados.

Ventanita del Versailles.
Breve visita de Carlos a Miami, para presentar
su libro El Vino Mejor. Ensayos Sobre Ernest Hemingway. Octubre 2017.

Wednesday, February 14, 2024

La boda del que sería el último Capitán General de Cuba en la Iglesia de la Soledad de Camagüey (por Carlos A. Peón-Casas)


Para cuando ocurrió el citado enlace matrimonial, el 27 de Julio de 1870, Don Adolfo Jiménez- Castellanos y Tapia, tenía 26 años, y no era más que un capitán del Regimiento de Infantería de la Reina, destacado en la ciudad, en plena campaña española contra la insurgencia mambisa en tierras del Camagüey.

A Don Adolfo que le tocaba entonces la parte más intrincada y fogosa de de aquel minuto de la guerra, pero al parecer no todo fueron batallas para el intrépido capitán. El amor pareció también florecerle en la persona de una camagüeyana: Doña María del Carmen Barreto y Estévez, vecina de la calle Reina, República actual, nacida en el seno de una familia patricia en aquel Puerto Príncipe siempre señorial 

Ante nosotros, cuando escribimos estas páginas develadoras de la historia de la otrora ciudad del Puerto del Príncipe, obra la copia pertinente del matrimonio de marras. El texto va revelando los pormenores de aquella sacra ceremonia. 

Para empezar, el novio por ser un oficial español destacado en la ciudad, precisó de la correspondiente “información extrajudicial de estilo”, documento proveído desde el Arzobispado de Santiago de Cuba, y por el cual: 
el Sr. Dr. José Orberá y Carrión, canónigo Doctoral de la Sta. Iglesia Metropolitana Subdelegado Castrense, Vicario Gral y Vicario Capitular de este Arzobispado, sede vacante (…) se dignó aprobar el expediente de soltería y cristiandad del contrayente(…)[1]
La ceremonia se efectuaba ante el Pbro. Lic. D. Ceferino Silva, Cura Rector por el designio de su Majestad, el Rey, y a cargo de la parroquia de término de Nuestra Señora de la Soledad. Lo acompañaba en calidad de asistente el Pbro. D. Fernando Urrutia, capellán castrense del Regimiento de la Reina de Infantería, al que estaba destinado el novio. Al parecer la pareja residió en Camagüey por la próxima década. 

La historia nos narra como en 1865, terminados sus estudios en el Colegio de Infantería, con el grado de sub-teniente y sólo 21 años de edad, pidió ser destinado a Cuba. Ya en 1874 ostentaba los grados de teniente coronel, y al final de la Guerra de los Diez Años era coronel. Fungió además como comandante general interino de Puerto Príncipe hasta 1882.Ese año regresó a España, luego de diecisiete años ininterrumpidos en suelo cubano. 

Ausente por un tiempo de Cuba, regresó a esta a finales de 1895, ya investido como General de División, y nombrado comandante general de la 2da división, del segundo cuerpo del ejército, volvió a tierras camagüeyanas a enfrentar a Máximo Gómez. 

En abril de 1898 fue promovido a teniente general, y ya en noviembre se encargó interinamente del gobierno y Capitanía General de Cuba. El primero de Enero de 1899, le tocó rendir la plaza, y entregar la Isla de Cuba a las tropas norteamericanas cumpliendo lo estipulado por el Tratado de Paris[2]

Al embarcar ese mismo día rumbo a España, conmovido hasta las lágrimas, dijo al General Clous: “General muchas gracias por sus atenciones y ruéguele usted a Dios que no se le permita encontrarse nunca en el amargo trance en que yo me he encontrado hoy”. [3]



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[1] No. 71. Giménez D. Adolfo con Doña María Carmen Barreto. Libro 10 de Matrimonios Blancos. Parroquia de la Soledad. 
[2] Con notas de la Enciclopedia Universal Ilustrada. Europeo-Americana. T.XXVIII p.2781-2782. 
[3] Ibíd.

Wednesday, February 7, 2024

Virgilio Piñera revisitado. Entrevista a José Rodríguez Lastre, Nikitín. (por Carlos A. Peón-Casas)

Nota previa: La entrevista que dedicamos hoy a la consideración del amable lector fue concebida en su génesis para ser parte de un concurso periodístico. Sucedió hace ya algunos años, en el 2012, en mi natal Camagüey. El texto fue something entonces a la consideración de los respectivos jueces del afamado convite que regentaba entonces y quizás todavía, la prestigiosa revista Palabra Nueva. El texto ha permanecido inédito hasta este minuto.

La figura del retratado merecía la pena. José Rodríguez Lastre, además de su recia personalidad y sus innegables dotes como escritor y hombre del mundo teatral en la ciudad agramontina, es alguien que a mi humilde juicio forma parte de la historia del género teatral cubano, aunque de alguna forma su impronta siga mereciendo el impostergable y merecidisimo crédito que aún se le sigue debiendo.

Ojalá este intento sirva para lograrlo. Saludo desde este minuto miamense, en la acogedora impronta de Gaspar, El lugareño, la amistad y el cariño con que me honra el entrevistado.

Nikitín
Foto Facebook
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“Jamás el verdadero artista habló de una misión pues, ¿no era él mismo dicha misión?”
Virgilio Piñera. "El País del Arte". Revista Orígenes. Año IV. La Habana, 1947. Núm 16. p. 38)


José Rodríguez Lastre (Nikitín), Camagüey 1947, escritor teatral y radial, es de los pocos citadinos de esta otrora villa de pastores y sombreros, a quien se le puede atribuir, una indudable relación, desde la literatura y el teatro; pero igualmente desde las coordenadas de la amistad, con Virgilio Piñera. Nikitín, para quienes tenemos el privilegio de su amistad, pero también para su crecida audiencia radial de la ciudad de los tinajones, es de esos conversadores natos, con los que se pueden desgranar, sin esfuerzo perceptible, las muchas cuentas de una buena parrafada, cualquiera sea el tópico escogido. Su amistad con Virgilio Piñera siempre ha sido de las más reiteradas, en esas siempre apetecibles tertulias en las que nos hemos enfrascado, acogidas al buen amparo de la Biblioteca Diocesana de Camagüey. Ese es el sentido primordial de esta entrevista, en la que pretendemos que el propio entrevistado, pueda airear esas cercanías a un Virgilio, a veces tan poco conocido, con el que pudo intimar, y que sin dudas se nos hace mucho más vital y cercano a partir de esta revisitación. A cien años de su nacimiento nos proponemos echar más luz sobre las coordenadas del creador y del hombre que fue en suma, como sentido homenaje rememorativo.

Aunque, Virgilio Piñera nació en Cárdenas, habitó en algún momento esta comarca allá por los tempranos años 30. Fueron sus primeros años de juventud, y ya gestaba sus primeros trabajos literarios, con los que llegaría a La Habana. Algo se habla de sus contactos con jóvenes camagüeyanos con ciertas preocupaciones literarias y artísticas. 

¿Qué llega hasta ti de aquella temprana inmediación?

JRL. En uno de sus primeros viajes a Camagüey, después de habernos conocido, nos reunimos de tarde en casa de Carlín Galán Sariol, amigo de Virgilio desde los años treinta y pues se hablaba de todo lo imaginable. Virgilio tenía un montón de defectos con los que él jugaba con una especia de candorosa ironía, que por supuesto con el tiempo llegó a manejar muy bien, y uno de ellos era algo así como tomarle la temperatura cultural a los demás. Lo hacía con mucha frecuencia, al menos conmigo. En casa de Carlín sobre un mueble y debajo de un delicioso Víctor Manuel, frente a un Portocarrero y como que al lado de un Abela, estaba una fotografía muy bella de Emilio Ballagas, el grandioso poeta camagüeyano, el gran poeta cubano. Entre ellos hablaron con un cariño muy grande de Ballagas, y entonces Virgilio, virándose hacia mi, me dijo: “por supuesto que has leído a Ballagas… ¿no?” Yo le espeté las dos primeras estrofas de Nocturno y Elegía y lo maté. Claro me dijo, agudamente, algo así que los camagüeyanos debíamos leer a los camagüeyanos, a los poetas, y remató: pero no a todos los poetas.

Virgilio Piñera
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Luego, a mediados de los años sesenta, Virgilio vuelve a hacerse presente en la ciudad. Visita a amigos locales y discurre nuevamente por la geografía tan peculiar del Camagüey. Es entonces, cuando tienes la suerte de conocerlo. ¿Cómo discurrió aquel primer encuentro?

JRL. Yo andaba muy mal esa noche. Casi estoy seguro que era el 1 de Noviembre de 1966, y me encuentro con Carlín Galán en la calle Popular coincidimos los dos, pues íbamos a la Sala Teatro Tasende, y entramos juntos y fuimos hacia un grupo que había en el lobby y allí conocí a Virgilio, a Arrufat y a otros que no recuerdo. El asunto es que esa misma noche nos movíamos los dos por las calles de Camagüey, ya tarde… y él me preguntó sobre mí, sobre lo que hacía y mi vida cuál era…y claro, eso era como encender una radio en la cual hay alguien imparable locuteando… No llevaba mucho tiempo escribiendo y todo lo que tenía eran manuscritos. Me pidió que le llevara algo al día siguiente. Fue fantástico. Mi entrada al mundo de las letras estaba asegurada por alguien que para mí, en ese instante, era el paradigma, y aún lo es, de la escena nacional. Su aceptación fue total. Aún me asombro. Era mi primer texto teatral. El primero, como es natural no existe, se perdió.

De aquella primera vez con Virgilio, hay una anécdota muy singular y reveladora, en la que el Maestro alude a la figura de ese genial creador camagüeyano Emilio Ballagas, a quien ya citaste. ¿Te gustaría rememorarla?

JRL. No fue la primera vez, creo que te he dicho que lo fue, pero no… ahora pensando bien, no fue exactamente… Estábamos con Arrufat y fue él, Arrufat, quien sacó el tema de Ballagas… algo así como que era lo mejor, así dijo, esa frase no la olvidaré nunca: “es el cásico, Virgilio, el poeta clásico cubano.” Increíble, el rostro de Virgilio se volvió plácido y sonrió… “Emilito, dijo, tan lindo Emilito. Sí, tienes razón. Que cosa…” Yo no abrí la boca, pero bendije a Camagüey, esta ciudad que mata, la bendije…

Volvamos sobre aquel primer texto teatral, que pusiste bajo la mirada sapiente del Maestro Piñera, o más bien que tuviste la suerte de leerle tú mismo, gesto que el Maestro apreciaba. ¿Cómo fue la continuidad de aquella experiencia? 

JRL. Bueno, cuando le entrego en el lobby del Gran Hotel mi primer texto, sin título, escribo en la portada del bloc de papel amarillento, lo recuerdo muy bien: “yo no sé hacer nada”, y se lo di. Y por la noche, en el teatro… lo anterior había ocurrido en la mañana, me dijo: “estás concursando, mi vida, y el presidente del jurado soy Yo.” La cuestión era que ese gran escritor había pasado a máquina mi obra y había puesto el título: No, no se hace nada, que por demás le venía como anillo al dedo. Gané, gané uno de los tres primeros lugares. Gané. Figúrate. Por nada agarro a Dios por el cuello. No podía soñar que aún faltaba lo peor, lo peor… Lo más terrible, la nada, lo maldito, lo peor, insisto, lo peor de todo. Eran los finales de 1966. En la provincia de Camagüey, estaban los campamentos de las honorables UMAP.

Sin dudas el Maestro Piñera fue acogedor con aquel texto tuyo, y no hay que dudar que después de aquel premio, se te abrieron puertas al mundo teatral cubano, algo con lo que ni remotamente pensaste al escribirlo.

JRL. Claro, ya lo he dicho antes. Hay mucho que hablar y no tenemos tanto espacio, creo… y me dices que faltan preguntas. Solamente te voy a decir que al año siguiente en una gira del Teatro Estudio con la maravillosa Noche de los Asesinos, de José Triana, camagüeyano, ja, ja…estaba con un amigo conversando y el mismo Triana se me acercó y todo ironía él, me dijo: “ ¿Así que tú eres el geniecito del Teatro Cubano...? Carlos, tienes delante de ti al geniecito del teatro cubano… ¿Qué te parece…?” Resúmelo en la ironía de Pepe. Durante un tiempo es indudable que Virgilio me ponderó, claro, cuando aún era Virgilio. Antes de la caída. No “Después de la Caída”, como la asombrosa pieza de Arthur Miller, sino antes… antes… Virgilio no tuvo después… ¿Acaso esto es un después?

La continuidad de tu inmediación con el autor de Aire Frío, te llevan una y otra vez hasta su propio apartamento del Vedado; y al mismo tiempo, tienes la suerte de acompañarlo en sus periplos citadinos, en la temprana década del 70. ¿Qué recuerdos tienes de aquellos momentos?

JRL. Fue maravilloso: conciertos, exposiciones, teatros, él y yo por todo aquello y presentándome a todo el mundo como a una revelación. ¿De qué, Dios, de qué, que pasó? Dios, ¿qué pasó, cómo pasó?, no sé… Bueno, pasó, al carajo. Portocarrero, Raúl Milián, Servando Cabrera, Raúl Martínez, Adela Escartín, una actriz española que vivía en Cuba, y que el día que la conocí andaba con una piel de zorro al cuello, y posaba todo el tiempo…y los dos enseñaban los dientes, ella y el zorro que colgaba por su pecho…, Miriam Acevedo, la grandiosa Miriam de el Gato Tuerto, Omar Valdés, gente bella, talentosa, yo ahí sin saber a derechas que hacer. Estrenos, todo eso… ah, te digo, no podía pasar lo que pasó. Dios mío, pasó….

A partir de 1971, y de la impronta del Congreso de Educación y Cultura, la figura de Virgilio como escritor parece difuminarse de la realidad intelectual cubana; para entonces, su labor principal, o al menos la ocupación que le ganaba el sustento, era la traducción literaria; pero el Maestro seguía creando su obra impenitentemente, un poco para sí. ¿Tuviste la suerte, en alguna de tus visitas, de escuchar de su voz algunos de aquellos textos? ¿Los compartía en otros ámbitos con otros amigos?

JRL. Sí, claro que sí… Oír leer a Virgilio era un espectáculo increíble, el era sumamente teatral. El se denominaba a sí mismo “Teatral”. En su apartamento me leyó cuentos que aparecieron tras su muerte en un volumen llamado Un Fogonazo. Obras de teatro como La caja de Zapatos Vacía, El Trac, Las Escapatorias de Laura y Oscar, poemas magníficos, los leo siempre. Los Tres Poemas de Amor publicados, siempre que los leo se me convierten en tres canciones desesperadas, valga, valga bien, sí, desesperadas. Realmente él era en ese tiempo un desesperado. Creo que todo el tiempo. Su Vida Entera, y en cuanto a lo otro más vale no meneallo sólo que lo desaparecieron tanto que desapareció de verdad en Colón, en el cementerio, en Octubre del 79… dicen que había pasado el quinquenio gris. Virgilio nunca supo de esta trillada y socorrida denominación… no sé quién podría decir de qué color sería el siguiente quinquenio para él…

¿Qué te gustaría destacar de su obra creativa en general? ¿Tienes alguna especial contigüidad con alguna de sus creaciones? ¿Cómo reactualizas su literatura desde la experiencia de toda tu vida en el mediterráneo Camagüey?

JRL. Tengo una especial contigüidad con Virgilio, con él, con la letra viva que él significó y significa para mí, con sus chistes, con sus ironías, sus chismes y todos sus corre ve y diles… Eso. Ya antes de conocerlo, había leído su teatro, sus cuentos, luego leí su poesía, es lo que más leo…Curiosamente la vejez me agrada. Puedo sentarme a agradecer mi vida, a mirar mi extraordinaria existencia de provinciano ciento por ciento, no por vocación, no sino por necesidad y por no haberme podido mover por muchas razones o por una razón que no me interesa manifestar. Miro, como se dice, pasar el entierro de tanta gente buena, de mis mejores amigos… Carlos Victoria, David Lago, los que empezamos juntos y que el maldito exilio hizo lo que hizo de ellos y de mí… Vivo con el calor, otra vez, siempre, con ventilador, sí, no como Luz Marina Romaguera, el grandioso personaje de Aire Frío, esa obra que parece que se acaba de escribir. Luz Marina, ese personaje que es Cuba, Cuba, la Cuba de siempre, ansiosa y resignada a veces, o resignada siempre. Soportándose a sí misma, pobrecita, persiguiendo su azul sin encontrarlo… Ha sido fantásticamente triste, si es que esto puede ser.

Carlos Victoria y Nikitín
Foto Facebook
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Este 2012 Virgilio cumpliría su primer centenario. No han sido pocos hasta aquí, los homenajes y las rememoraciones alrededor de su vida y su quehacer. ¿Qué opinión te merece este renovado afán recordativo? ¿Cómo intuyes que hubiera sido su aceptación de tales actos?

JRL. No sé, no sé… me es inapresable… es algo que no puedo tener en mí… no sé. Pueden hacer lo que quieran… No puedo olvidar ahora su rostro la última vez que lo vi… está bien… Todo está muy bien. Aunque, en Camagüey, dicho sea de paso, estamos a mediados de año y hasta ahora, lo único que se ha hecho es un panel que se realizó cuando la Feria del Libro… Parece ser que en esta ciudad, eso de homenajear a Virgilio, no está dentro de los planes. Como si nunca hubiese vivido aquí en esta ciudad, como si en realidad, y creo eso es así para muchos, nunca hubiese existido, si mal no recuerdo, lo mismo sucedió con Emilio Ballagas en su centenario. ¿Premeditación? ¿Predestinación provincial…? ¿Predestinación?

Wednesday, January 31, 2024

A la hora de la colada. Cafetería La Redonda, año 1957. (por Carlos A. Peón-Casas)


Era una cafetería de barrio como tantas en la ciudad agramontina de los años cincuenta del siglo veinte, que ya pasó. La Redonda fue su nombre comercial, un poco enigmático, pero igual de atrayente quizás por la novedad.

Un negocio bien puesto, y con clientela fija y perseverante a la hora en que la colada que se anunciaba en la calle García Roco, del reparto de Beneficencia, con un sonoro timbre. Efluvio inconfundible del Café Fariñas, producto del comerciante local que prestaba su apellido a la marca bien conocida, y de apetecible aroma y mejor bouquet.


La moderna cafetera ya con las sofisticaciones de la época, en su refulgente acabado de aluminio brillante, y con artilugios de modernidad añadidos, como aquel adminículo que con potente chorro de vapor esterilizaba las tazas antes de ser servidas, era representada y vendida por el Sr. José Guerra y González, tal y como se hacía anunciar en el propio establecimiento.

Los propietarios del local eran padre e hijo. El negocio pequeño, pero pulcro tenía un empleada fija, Evelina Mendoza, por muchos años la nana de mi tía paterna Ana María, y ya crecida aquella, empleada del prospero timbiriche de entonces. Era la cara del local, con sus atractivos ojos azules, y sus buenas maneras para con todos los marchantes.

La foto que rescata aquellos minutos de gloria del próspero emprendimiento, para seguir la usanza de los nuevos términos, deja claro que no sólo de café se nutrían sus expendios: una vistosa vitrina hacía las delicias de los más pequeños con golosinas sin cuento, refrescos bien fríos en su potente refrigerador General Electric; y cigarros y tabacos para acompañar la tacita del café humeante, de a tres centavos, con ese gesto inseparable de los parroquianos, que acto seguido del primer sorbo, prendían con deleite sus cigarrillos Trinidad y Hermanos, los Partagás de ocasión, o las brevas exquisitas de H Upman.

El gusto por aquellas coladas interminables mantenía el próspero cafetín. Su cercanía a la entonces Plaza de Santa Rosa, el mercado de exuberante variedad, la hacía paso obligado de muchos parroquianos, que se hacían asiduos, al buchito del consabido néctar.

Años después de ser nacionalizada, la conocí en mi temprana niñez. La cafetera primigenia todavía estaba en uso, pero creo muy pronto caducó o faltó el café, así que fue sustituida por una máquina expendedora de frozzen, Coppelita, creo le llamaban, que más temprano que tarde, hizo igualmente mutis por el foro. Para después el local tuvo usos y funciones diversas muy distintas a su primitiva función social. Hoy día es sólo un recuerdo apagado, otra certeza más del consabido y cierto refrán de que cualquier tiempo pasado siempre fue mejor.
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Gaspar, El Lugareño Headline Animator

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