Texto y Diseño del Post: Heriberto Hernández
(para el blog Gaspar, El Lugareño)
En el caso cubano no se podría decir lo mismo, si se identifica a “la izquierda” con el régimen castrista, lo cual no sería demasiado exacto, pero funcionaría a modo de análisis, si lo reducimos a lo fenomenológico. Lo cierto es que, si bien creemos que la matriz esencial de la cultura y la especulación artística cubana sigue estando muy arraigada a los términos territoriales que la definen en su insularidad, la mayoría de los artistas más representativos, los que marcan la pauta de la creación artística y la retroalimentación estética con el resto del mundo, residen en el exterior.

La maquinaria cultural del régimen ha ensayado una y otra fórmula para darle un rostro cultural a su andamiaje ideológico y propagandístico, implementando, desde burdos mecanismos de extorsión y dádiva de estilo estalinista, hasta muy diversas formas de clientelismo, que a veces adquieren dimensiones de trueque medieval. Para ganar la “batalla de ideas” no bastaron ninguno de esto recursos, simplemente porque nunca fueron capaces de implementar un discurso que de alguna manera lograse armonizar con algún aspecto de la realidad cubana. El “caso Pavón” les demostró que era difícil y había que correr riesgos, ser audaces. Reclutar artistas de nuestra generación, para que respondieran cada uno de nuestros cuestionamientos al gobierno de Cuba, no dio el resultado esperado por las mismas razones. Los alabarderos de turno se dedicaron a “copiar” el discurso oficial fracasando de una manera tan escandalosa que se vieron obligados a acallarlos.

¿Disponen los intelectuales del exilio de recursos para enfrentar esta especie de "mutación del DOR", personalizada (aunque sin imagen, como apunta Emilio Ichikawa, al cual le resulta un asunto inquietante)?
“La izquierda paga más que la derecha", acostumbraba a decir (haciendo gala de su habitual reduccionismo) un amigo. Nunca pude desmentirle, o no intenté siquiera hacerlo, teniendo en cuenta la larga nómina de nombres ilustres que me hubiese enrostrado sin esfuerzo. Le hubiese sido muy fácil apabullar la desnutrida lista de intelectuales que podría esgrimir para sustentar lo contrario, a costa de una búsqueda exhaustiva y poco ortodoxa. A pesar de esto, el discurso de la izquierda pareciera congelado en su determinismo decimonónico y continúa hoy, en términos generales, apelando al mismo arsenal categorial y patrimonio simbólico que no pudo evitar que perdieran la “guerra fría”, ni siquiera en el papel.
En el caso cubano no se podría decir lo mismo, si se identifica a “la izquierda” con el régimen castrista, lo cual no sería demasiado exacto, pero funcionaría a modo de análisis, si lo reducimos a lo fenomenológico. Lo cierto es que, si bien creemos que la matriz esencial de la cultura y la especulación artística cubana sigue estando muy arraigada a los términos territoriales que la definen en su insularidad, la mayoría de los artistas más representativos, los que marcan la pauta de la creación artística y la retroalimentación estética con el resto del mundo, residen en el exterior.

La maquinaria cultural del régimen ha ensayado una y otra fórmula para darle un rostro cultural a su andamiaje ideológico y propagandístico, implementando, desde burdos mecanismos de extorsión y dádiva de estilo estalinista, hasta muy diversas formas de clientelismo, que a veces adquieren dimensiones de trueque medieval. Para ganar la “batalla de ideas” no bastaron ninguno de esto recursos, simplemente porque nunca fueron capaces de implementar un discurso que de alguna manera lograse armonizar con algún aspecto de la realidad cubana. El “caso Pavón” les demostró que era difícil y había que correr riesgos, ser audaces. Reclutar artistas de nuestra generación, para que respondieran cada uno de nuestros cuestionamientos al gobierno de Cuba, no dio el resultado esperado por las mismas razones. Los alabarderos de turno se dedicaron a “copiar” el discurso oficial fracasando de una manera tan escandalosa que se vieron obligados a acallarlos.

Aunque sobre este asunto ya he hablado en dos post anteriores, el “caso Lagarde” me obliga a retomar el tema, esta vez por una razón muy diferente. Que hay en este personaje que hace atendible y singular su “caso". Manuel Henríquez Lagarde (La Habana, 1963) es un contemporáneo nuestro, “excondiscípulo y excolega” de algunos intelectuales del exilio (y de la oposición interna). Pero también lo son Iroel Sánchez, Omar Valiño, Rubén Zardoya, Fernando Rojas, Edel Morales y otros, que no han sido más efectivos ni han logrado una ejecutoria consistente, podría argumentarse. Pareciera que se trata de una cuestión de discurso, de empatía al abordar el lenguaje, de parentesco en el uso de recursos expresivos. El uso del blog como soporte ha permitido a este “comando libre” (en la medida en que se puede serlo en Cuba cuando se es tributario de grados de permisividad, inusuales en casos precedentes) dar una imagen afable de militante decente y civilizado, que usa los mismos recursos de los contendientes con los que sostiene una aparente polémica.

Lagarde acepta las reglas de juego, entra en “el choteo” y asume con gracia los dardos que recibe, sin que al parecer le hagan mella. Se sale del prototipo "aldaniano", en que “los temas serios no admiten broma” y se distancia del discurso oficial, al punto que se permite llamar a E. I., “el destacado filosofo” y no algún calificativo denigrante como dictaba la antigua norma revolucionaria. El periodista se centra en sus objetivo y desgrana sus contenidos, en los que a veces hasta pareciera que se burla del lenguaje de la prensa cubana, enrostrando amablemente a sus contendientes con sus ejecutorias y sus discursos anteriores al exilio o la disidencia. Las reacciones han sido diversas y en mi entender poco estructuradas, en fin, ineficaces. Van desde la simple exposición tímida, gravitando entre lo moderado y lo expectante, hasta las reacciones viscerales, jocosas y devaluadoras al estilo (no digo que lo sean desde luego) trillado del castrismo.

Lagarde acepta las reglas de juego, entra en “el choteo” y asume con gracia los dardos que recibe, sin que al parecer le hagan mella. Se sale del prototipo "aldaniano", en que “los temas serios no admiten broma” y se distancia del discurso oficial, al punto que se permite llamar a E. I., “el destacado filosofo” y no algún calificativo denigrante como dictaba la antigua norma revolucionaria. El periodista se centra en sus objetivo y desgrana sus contenidos, en los que a veces hasta pareciera que se burla del lenguaje de la prensa cubana, enrostrando amablemente a sus contendientes con sus ejecutorias y sus discursos anteriores al exilio o la disidencia. Las reacciones han sido diversas y en mi entender poco estructuradas, en fin, ineficaces. Van desde la simple exposición tímida, gravitando entre lo moderado y lo expectante, hasta las reacciones viscerales, jocosas y devaluadoras al estilo (no digo que lo sean desde luego) trillado del castrismo.
¿Disponen los intelectuales del exilio de recursos para enfrentar esta especie de "mutación del DOR", personalizada (aunque sin imagen, como apunta Emilio Ichikawa, al cual le resulta un asunto inquietante)?
Desde luego.

Lagarde es la prueba de que en la isla están conscientes de que tienen que renovar su discurso y lo han estado haciendo por “ensayo y error", hasta que han encontrado una vía y un ejecutante. Por lo pronto ha resultado. Su consistencia va a depender del modo en que los intelectuales y artistas del exilio podamos sobreponernos y reconsiderar el ritual moralizante o condenatorio de nuestros discursos, la falta de creatividad en los contenidos y expresiones estéticas y la maniquea actitud y metodología de que disponemos para sostener un debate, con un contendiente que se renueva y no tiene reparos en usar cualquier elemento, con creatividad e inteligencia.

Lagarde es la prueba de que en la isla están conscientes de que tienen que renovar su discurso y lo han estado haciendo por “ensayo y error", hasta que han encontrado una vía y un ejecutante. Por lo pronto ha resultado. Su consistencia va a depender del modo en que los intelectuales y artistas del exilio podamos sobreponernos y reconsiderar el ritual moralizante o condenatorio de nuestros discursos, la falta de creatividad en los contenidos y expresiones estéticas y la maniquea actitud y metodología de que disponemos para sostener un debate, con un contendiente que se renueva y no tiene reparos en usar cualquier elemento, con creatividad e inteligencia.
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(updated) Enrisco añade otra pieza a esta saga, en la que hace poco honor a su proverbial agudeza y su ágil manejo del lenguaje y las ideas. ¿Cómo enfrentar a un tipo que se “ríe de los peces de colores", mientras lo único que se nos ocurre, para empezar, es decirle que es un “tracatán de alto octanaje” y que “se conforma con repetir la voz del amo".