Saturday, November 8, 2008

Presentación de "Verdades como templos"

Foto/Blog Gaspar, El Lugareñoy Blog La Primera Palabra
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Le agradezco a Elena Tamargo que comparta con los lectores del blog Gaspar, El Lugareño, el texto que leyó anoche en la presentación de “Verdades como templos”, del fraterno Heriberto Hernández Medina.

ELENA TAMARGO: La Habana, Cuba. Premio de Poesía de la Universidad de La Habana, 1984; Premio Nacional de Poesía “Julián del Casal”, de la UNEAC, 1987. Germanista y Filóloga; Doctora en Letras Modernas. Académica, ensayista y poeta. Traductora de la obra de F. Hölderlin. Entre sus libros de encuentran: Sobre un papel mis trenos, Habana tú, El caballo de la palabra, El año del alma, Poesía de la sombra de la memoria y Bolero, clave del corazón. Después de una estancia en Rusia y otra en México, ahora vive en Miami.
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"Verdades sobre Verdades"
por Elena Tamargo

Nos sentimos atraídos por un sentido exacto y, al mismo tiempo somos conscientes de que ese sentido se resiste o se oculta, se “vela” artísticamente. Debemos preguntarnos sobre el fondo de esta poesía, la que Heriberto Hernández representa, domina, que aspira a que la fuerza de gravedad de las palabras desarrolle toda su potencialidad, sin constreñirlas mediante recursos sintácticos o lógicos.

La experiencia vivida permanece en forma privada, pero su significación, su sentido, se hacen públicos a través de la escritura, en ese momento en que el escritor cruza el umbral más allá del cual el lenguaje se sostiene como discurso, en particular, el del lenguaje como trabajo y como acontecimiento. El destino del discurso es, entonces, entregado a la littera y no a la vox.

El título Verdades como templos anticipa, como todo título que tiene un significado concreto, una cierta comprensión. Una cuestión es en qué sentido recoge el texto esas verdades. No puede llamarse así sin evocar toda la tradición de la palabra verdad. En una sola palabra se concentra aquí la aporía de la vida humana. La estructura de versos y formas líricas que han de soportar esas tensiones no puede contemplarse desde el ideal estilístico que desde los románticos determina nuestra tradición literaria: la naturalidad; en estos poemas más bien se pone de manifiesto, que no se trata de la ocultación y del encubrimiento de un sentido que podría expresarse clara y llanamente, porque las costumbres lingüísticas de nuestro tiempo exigen otros estímulos, y también licencian las formas poéticas maravillosamente calculadas, conscientes y dominadas, que ya sustentaron Trakl, Rilke, Celan, y muchos más, inspirados en el estilo hímnico de Píndaro, que supone el reconocimiento de algo absolutamente superior, que se eleva por encima de nosotros y cuya presencia nos colma de satisfacción: la palabra, a la que Heriberto despliega una escala de actitudes que va desde el reconocimiento y la admiración, el miedo y la veneración, hasta la adoración, como en los griegos, su religión, de donde brota la forma literaria de los himnos. Sólo que en esta forma del himno que aquí nos atrevemos a distinguir, no hay coro, hay soledad, la única suerte del poeta en tiempos de penuria.

La anunciación de este texto es prenda de lo anunciado. El tono de la designación, de la llamada a aquello que es, descarta ambigüedad alguna; el lenguaje y lo que el poeta logra en su lenguaje dan testimonio de una realidad común que no necesita de otra legitimación.

Mi lectura ha dividido estas verdades en grupos diferentes de “yuxtaposiciones ásperas”, término que han usado los teóricos del siglo XX europeo para distinguir los recursos poéticos de conexión, necesarios para poder leer frases y no sólo palabras en la poesía, especialmente en la que tiene tono de himno, la que debe ser escuchada. Heriberto utiliza estas conexiones, de maneras diversas, para hacer surgir de las estrofas de palabras de lo nombrado, la unidad del discurso y la presencia del mensaje, casi siempre de dolor. En la primera parte del libro la palabra que reina es sombra.

Es sólo el final del sueño, hemos dormido un tiempo tan breve e inabarcable

que la verdad, su sombra inicia y teme.

Esta es una poesía que arranca en la sombra de la memoria que recuerda con facilidad las cosas vividas, y el arte y la virtud agregan la perfección y lo extraordinario, insólito o exquisito del alma sensitiva que la emite. En esta región lejana del poeta, memoria e imaginación no permiten que se las disocie; una y otra trabajan en su profundización mutua, y ese espacio habitado es la sombra.

yo prefiero a sombra y herida

sumar sombra y asombro.

La palabra del poeta, porque da en el blanco, conmueve los estratos profundos, siega y labra, y por eso prefiere no erigir el catastro de sus instancias perdidas, sino sumarle la inocencia; porque sabe que el asombro es de los niños, y que por esa infancia permanente conservamos la poesía del pasado. No hay rencor en la poesía de Heriberto, hay mucho dolor, hasta la ira de vaciar cajones en cada casa que naufraga, pero no hay rencor; en cada casa que se estrecha contra su habitante, en cada puerta que se convierte en celda de los cuerpos, en cada refugio contraído, hay una sombra que lucha.

Hombre o árbol, historia o miedo,

son simples palabras

que no hablan más de mí que de tu sombra.

Interroga la oscura noche de los equívocos,

nunca mi sombra, nunca

mi voz de cielo y páramo.

El hombre se pregunta ¿seré un habitante del mundo a pesar del mundo? Este dibujo objetivo es un documento duro y estable que señala una biografía. Y como Paul Celan, Heriberto enuncia seguro su verdad, porque sabe que “dice la verdad quien dice la sombra”.

En la lectura de la segunda parte del libro la palabra que distingo es signos, y el rasgo que la privilegia es la capacidad que el poeta tiene de debilitar el final del verso en favor de hacerlo fuerte en su interior. Una suerte de metáfora del hombre mismo que es Heriberto. El recurso del que él se vale para esta debilitación es intensificar la tensión en el interior con asonancias y vocalizaciones internas, empleados con singular intencionalidad, que elevan extraordinariamente la calidad formal de su lenguaje poético. Mediante este recurso consigue que el final del verso, debido a esta mitigación, quede libre para mantener el tono. En la palabra final Heriberto no baja la voz, porque tanto se ha tensionado el peso de su vocalización interior, que el tono final del verso se pierde. Este efecto tan singular en el trazado de su corpus poético, da la impresión de estar ante una gran obra arquitectónica.

Los signos son el miedo que le hará cambiar la historia, el sueño, el cuerpo sangrante, el agua que da orden, la memoria; los signos son tesoros, “los grises objetos del recuerdo”; los signos de la violencia, “el fruto de lo incierto”; “una puerta al abismo que se abre y nombra el futuro”; “a su música oscura se vuelve como al sueño/ si el sueño un sueño fuera”.

El agua es, tal vez, el más poderoso signo de este pedazo del discurso. Para los cubanos el agua, además de ser sustancia de vida es sustancia de muerte. Y esto queda insinuado: “para que agua, aire y cielo su soledad ordenen”; “donde el agua termina, inicia el agua breve”; “muchacha de agua, espuma en su leche tendida /y en agua sus vestidos y su voz sumergida”; “al agua que regresa de una muy larga ausencia”; “Duerme en el agua inútil, sumergida su sombra, /y parece que fuera ella una sombra inerte /que en su negar, negara las aguas de la muerte”; “Si su dolor no sangra, no niegues que ha llorado; /sangre y agua se funden en su filo”; “hay un sitio en las aguas en que el hombre /pone a pruebas sus fuerzas”; “el agua traza, alejada de todo esfuerzo humano, /líneas que han de cruzarse en un espacio incierto”.

El héroe del mar es un héroe de la muerte. Y todos los que hemos experimentado esa doble insularidad hemos sido héroes cautivos del agua. Dice Gastón Bachelard que “el primer marino es el primer hombre vivo que fue tan valiente como un muerto”. Las aguas de este poemario tienen tragedia, no son mansas ni claras, ni son de manantiales; son inútiles, se niegan, han llorado, terminan; son aguas a punto de morir; sin embargo, también, anuncian lo que el corazón desea, porque el agua nos devuelve siempre a nuestra madre.

En la última parte de mi lectura de este excelente libro, quiero distinguir la significación que tiene el long poem; la monumentalidad conclusiva de textos como “Llegan cartas”, “Domingo en Chosica” y “Verdades como templos”. Poemas con que sustento el tono de himno, la yuxtaposición áspera y la palabra final debilitada. Poemas que recuerdan a los poetas rusos de la tormenta, en su tono tribunicio y trágico; donde dios se menciona con ironía, dios es más bien la prueba de no estar; la carencia es una descripción de te amargo y oscuro con patatas y sal, y esos son los bordes de la única verdad; poemas donde todo ya se ha vuelto ceniza y la verdad ya es vacía. Sin embargo en Homestead se salva la palabra, porque ya el poeta ha llegado hasta arriba, y arriba sólo existe el descenso:

“Ha llovido toda la noche, el agua corre sobre el asfalto, /se quiebra en el filo que marca el comienzo de la hora /siguiente, /el final de unas palabras que habrán de rescribirse”.

En Verdades como templos, sale ileso el poeta, porque inaugura otro modo de lenguaje en el silencio, con las pocas cuerdas que sabe suficientes, después de otro naufragio, limpiar los escritorios, golpeando de impotencia las maderas, los cedros, echando al fuego “palabras que un día fueron dulces”.

La hermenéutica que he tratado de elaborar al leer este bello libro de verdades, ha sido repensar un dilema al que el romanticismo alemán dio una vuelta dramática cuando se preguntó ¿cómo hacernos contemporáneos de los genios del pasado? ¿Cómo emplear las expresiones de vida fijadas en la escritura para poder trasladarse a una vida sensible tan ajena?




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